domingo, 15 de junio de 2008

VISITANTES EN TIEMPOS INDEFINIDOS


En estos días cuento a quien quiera oír
los sigilosos pasos y abrazos de niños
en íntimos tintineos como lluvias de Abril
queridas huellas que alborotan mis fibras
visitantes incesantes que llegan y se van
un sabor de vida intensamente aspirada
que pese a su lucha aún no ha llegado ser


Y se me va yendo la cuenta de los días
y sin quererlo la melancolía se asienta
se solaza como dueña del patio íntimo
derrochando también sus inmensas ganas
ser de una vez para siempre plena alegría
como esos pasos abrazos y risas de niños

Siempre recuerdo mis aguaceros cuando niño
que después de caer en arborizados hilos
van dejando sembradíos en hojitas verdes
espejitos donde bailarán los rayitos de luz
sendas telitas húmedas que cobijan mis pupilas
para guardar los fragmentos de vidas queridas


Y en tejido sensible estos tintineos se anidan
como las gotas pacientes de la piedra manil
que van llenando en pases de fases de luna
la tinaja de agua fresca para saciar la sed

Y siento a Chila llegar reirse y luego partir
y como tejedora junto a otras también
paciente va hilando este fluir de vida


Y después de tardes bañadas en crepúsculos
veo los vallecitos de mi pueblo adormecerse
sembrados de cardones donde cantan paraulatas
mientras el sol en atardeceres de vida marina
va tejiendo entre sus espinas estas ansias de ser
Y dígame “pasos de niños” ¿a dónde han de llegar?
Llévame con ustedes a ver aquella tuna hilar

Tomasso Albinoni
Concierto para oboe:Opus 9 nº2, 2ºmovimiento
y Opus 9 nº8, 3º movimiento

http://www.epdlp.com/clasica.php?id=19
http://www.epdlp.com/clasica.php?id=20

EMBUSTERIAS DE PASOS

foto / joanna ziemba

Qué inéditos recintos recorrerán los pasitos
de los niños que enarbolan en su andar
las embusterías mayores de la vida
ascenderán la cúspide de los saltamontes
descenderán por el alero de las mariposas
deletrearán el abecedario de los sapitos
descifrarán el enigma del canto cristofué
o cabalgarán diminutos en el lomo
de las tortuguitas escapadas del estanque
de las marinerías del amor

Sé que sobre la hierba dibujan filigranas
que emigran a las circunvalaciones de los cometas
mientras trazan elipses en la danza sin fin
de sus travesuras para abrirle boquetes
al viento de las tempestades

Sé que sus pasitos destilan antojos
para anclar sus titireterías al borde
de un suspiro que se resquebraja
en el abrigo del abrazo que los contiene
que no se detienen en las noches
que convocan al encantamiento de los silencios
y que adivinan el salto de los pájaros
en los linderos del bosque que los habita

Sé que somos espectadores que escudriñamos
en esos pasos la levedad del viento
el tintineo que huele a aguacerito
la nostalgia de aquellas aves que deben dejar
su vuelo celestial para regresar a los nidos
de alpiste y de sol

Y que lo hacemos manteniendo a raya la tristeza
sujetando con hilos de cobalto la melancolía
anudando la noche en la franja naranja
de los horizontes para que no opaquen el espejo
de sus ojos ni la transparencia de sus andares
apostando a que no habrá de apagarse
el resplandor que las centellas le regalan cada día
a sus párpados sino que habrá otro bajel
donde navegar en el siempre para
reencontrarnos con los amores que nunca cesan.

Sé sin embargo que se agostan cada vez más las veredas
donde danza la grama su canción de primavera
que se van haciendo diminutos los cielos
que respiran estrellas los pastos que hacen crecer
las móviles espigas de sus manos
que nacen colmadas de confiterías
los sentimientos que no se dejan sujetar
por cordeles que quiebren la tesitura de los sueños

Y entonces la armonía se torna un crescendo
de cuerdas mientras hacemos rituales
desde el recinto acuático donde los lirios
escriben el estatuto frugal de la vida
desde los pliegues acorazados de un plumaje
cardenal en alianza de amor
para que mañana ellos recreen por nosotros
el lenguaje con el que hoy festejamos
este andante con brío en continuo vivace

05 de junio del 2008
mery sananes

Luigi Boccherini
Introducción y fandango
http://www.epdlp.com/asf/boccherini3.wmv

EMBUSTERIA DE EUGENIO MONTEJO


Ni con la muerte dejaría
que mis cenizas salgan de sus campos.
La tierra es el único planeta
que prefiere los hombres a los ángeles.
EM


Qué asombroso que comencemos a conversar con alguien cuando sólo nosotros podemos escucharlo, porque ya nuestras palabras, conmociones e irreverencias ya no puedan alcanzarlo. Más de una vez cruzó por mi mente, abierta a los árboles, pero contenida en el tiempo de las obligaciones, acercarme al poeta para dirimir con él precisamente ese estatuto de los pájaros y los árboles a los que él alude en sus versos, y que tantas veces yo he intentado deletrear en mis interminables epístolas sin destinatarios ni interlocutores.

Y de pronto, cuando aparece la noticia, uno se da cuenta de que en verdad no cumplimos la función para la cual hemos sido hechos, como el pájaro y el árbol, la piedra y el guijarro, que es el de la conservación y la descendencia, pero mucho más que eso, la armonía y la belleza particular que cada cual tiene y mantiene, en su compleja y extraordinaria estructura molecular-espiritual.

Y se siente un vacío, como si hubiésemos dejado de realizar una tarea de grandes proporciones, porque se trataba de poner a dialogar sus árboles y los míos, sus pájaros y los míos, su Alfabeto del Mundo con mi Libro del Hombre, su soledad con mi nostalgia, su esperanza con mis embusterías.

Y no tengo como saldar esa cuenta con Eugenio, porque ya no podré decirle cómo sus versos se enhebraban con los míos y con los de tantos que anónimamente escriben portentosas biografías de árbolas y pájaros, de hierbas y constelaciones, y sobre todo, de esperanzas y porvenires.

Pero nos quedan tantas cuentas por saldar con el universo, el planeta, el continente, los mares y los océanos, con estos territorios que habitamos, desprovistos de fronteras, pero olorosos siempre a café recién colado, a guarapo de papelón, ofrendados por el corazón de la gente, que aún no comulgan en sectarismo alguno.

Entonces, me digo, como cuando me acerqué a Juan Sánchez Peláez, o cuando junté a Federico García Lorca con Luis Mariano Rivera, que es hora de sacar los alfabetos de los libros y las portadas, y aun de esta alta tecnología hecha para comunicar, pero que nos hace más incomunicables que nunca.

Es tiempo de dejar que las palabras salgan al aire libre, como quería Walt Whitman, que naveguen en la gota de lágrima de León Felipe, para que anclen en el corazón de la gente que las conoce de antemano, que le son familiares, para con ellas comenzar a hablar un lenguaje común, un sentimiento de hermanos que no admita vulnerabilidades ni injusticias, sino que fluya como la savia en las ramas, como el polen en el piquito de los tucusitos, como el hilo de agua que nutre a los riachuelos.

Si dejamos ir a Eugenio Montejo, sin hacer ese trabajo de alquimista que él realizaba y reclamaba, se nos habrá perdido entre las marañas de inconsecuencias y veleidades a las que estamos acostumbrados, y nosotros con él, seremos objeto de un árbol convertido en papel, y no al contrario: una palabra convirtiendo la hoja en mágico recorrido hacia el tronco arbusto del cual proviene, en labores de raíz y altura.

Porque cada vez que se nos va alguien que sabe dialogar con el tiempo, con el paisaje, con el ala de las aves, con la tierra, la ausencia y el amor, es como si se hubiese extinguido un bosque, secado una corriente portentosa de agua, clausurada una ilusión. A menos que salgamos a ejercer nuestro propio oficio de alquimista.

Porque cada vez que la pupila incandescente de un niño se reinstala en la retina de un transeúnte, y es capaz de reentablar la conversa detenida con todo aquellos que lo rodea, las flores, las mariposas, los insectos, los árboles, para de allí aprehender ese alfabeto del mundo que le permita, voltear a ver el rostro del hombre que camino en desasosiego a su lado, casi imperceptible, y darle, como quería Vallejo, un abrazo de hermanos, cada vez que eso ocurre el poeta renace y la vida despierta. Hasta que todos alcancemos ese don que nos pertenece por esencia y condición.

Ojalá el tiempo y la capacidad que no tuvimos de irnos a sentar junto a su melancolía para trazar juntos esas razones esenciales y definitivas que convierten ‘La tierra en el único planeta que prefiere los hombres a los ángeles’, nos sirva hoy para ese recorrido impostergable por la esperanza que nos permita al fin hacer ese deslinde definitivo entre los floricultores y los sepultureros, hasta que nazca al fin natural y espontáneo, colectivamente, esa clave en temple de bosque y vuelo de tempestades que requerimos para comenzar a ser en verdad hombres humanos.

Por su propio Autorretrato Dormido, sabemos que se fue con sus pájaros, hacia el mar incansable y la noche, hacia un horizonte inmenso que ya no partirá el mundo con un cuchillo largo, sino que lo andará zurciendo con sus hilos hechos de fibras de piedras, que habrá regresado la silla a su lejano árbol, tal vez al encuentro de ese otro planeta errante que gira alrededor de sí mismo, donde lo aguarda el amor de los amantes, residente por siempre de la tierra, único lugar donde en verdad se abren los párpados. Y allí en esos sitios estableceremos el diálogo en el calendario de los días vividos.

mery sananes

Nota Biográfica
EUGENIO MONTEJO
Poeta y ensayista venezolano nacido en Caracas en 1938.
Su poesía se caracterizó por la rica gama textual y el gran dominio de las formas, constituyéndose en un gran representante de la poesía suramericana. Publicó, entre otros, los libros: "Elegos" en 1967, "Muerte y memoria" en 1972, "Algunas palabras" en 1977, "Terredad" en 1978, "Trópico absoluto" en 1982, "Alfabeto del mundo" en 1986y "Chamario" en 2003. Es autor también de importantes ensayos, tales como, "La ventana oblicua" en 1974, "El taller blanco" en 1983, y "El cuaderno de Blas Coll" en 1981. Falleció en junio de 2008.

La terredad de un pájaro


La terredad de un pájaro es su canto,
lo que en su pecho vuelve al mundo
con los ecos de un coro invisible
desde un bosque ya muerto.
Su terredad es el sueño de encontrarse
en los ausentes,
de repetir hasta el final la melodía
mientras crucen abiertas los aires
sus alas pasajeras,
aunque no sepa a quién le canta
ni por qué,
ni si podrá escucharse en otros algún día
como cada minuto quiso ser:
más inocente.
Desde que nace nada ya lo aparta
de su deber terrestre,
trabaja al sol, procrea, busca sus migas
y es sólo su voz lo que defiende
porque en el tiempo no es un pájaro
sino un rayo en la noche de su especie,
una persecución sin tregua de la vida
para que el canto permanezca.

EM

Juan Sebastian Bach
Tocata y fuga, BWV 565
http://www.epdlp.com/clasica.php?id=855

Galeria Universo

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Todo iluminado