jueves, 17 de mayo de 2007

EL COCUYO GUARDABOSQUE




Era un día de verano cuando los hombres se reunieron. Y con ánimo festivo dijeron: ¡vamos al bosque a bailar y a comer, sobre todo, beber y comer! Llegaron con sus bolsas de comidas y bebidas, guitarras y tambores y armaron tremenda fiesta en un claro del bosque. Y fue tanto el alboroto que logran atraer una tropilla de ardillas, luciérnagas, lechuzas, liebres, mariposas, lobos, tigres y lombrices de tierra, quienes curiosos se acercaron a distancia prudente. Y mucho se preocuparon: ¿irán a encender fuego? ¿cuánto tiempo irán estar? ¿irán a dejar sus latas y botellas de bebidas? ¿limpiarán al bosque cuando terminen su fiesta? ¡Quien sabe!, respondió la ardilla. ¡A lo mejor si lo harán!, tranquilizó la lechuza Y después de verlos bailar y oír sus canciones, ya muy avanzada la noche, se fueron a sus hogares. Pero que va no podían apaciguar sus ánimos: ¡Caramba, esta noche no podré dormir!, dijo la lombriz ¡Tampoco yo!, acompañó la voz del tigre. ¡Mejor vamos a contárselo al guardabosque! hablaron en coro. Y tomaron el camino que va a la cabaña del guardabosque.

El guardabosque era un cocuyo grande y de color marrón como la tierra fresca, quién los recibió con palabras gratas y cariñosas: ¡Y a estas altas horas de la noche que visitas son esas! ¡Algo entre manos traen! ¡Los veo intranquilos! ¡Si hermano cocuyo, estamos preocupados!, casi gritaron el lobo, la liebre y el león ¿No se ha enterado aún, señor guardabosque!, en tono calmado añadió el caimán. ¡Entren, pues, y cuentenme con calma lo que les inquieta! ¡Pero antes tomemos un cafecito, y con su calor, me contarán! Y en la salita amena, bañada por la luz plateada de la luna, al son de cafecitos dulce y calientitos se dio la conversación. Y la ardillita y la lechuza le contaron todo al Cocuyo, quién, muy atento oía, entre chupada y chupada de su pipa, de tabaco aromático. Su entrecejo empezó a encogerse, mientras iba oyendo. El cocuyo se paró, y a zancadas iba y venia por la sala de su cabaña. En verdad, empezó a inquietarse. Compartía la angustia de sus amigos. ¡Que cosas las de los hombres! ¡Y no me dijeron nada! ¡Yo los hubiera ayudado hacer mejor las cosas! El cocuyo hablaba en voz alta para que todo el bosque lo oyera. Y también la bella luna llena que desde arriba dejaba caer sus encajes blancos. Una brisa fresca y tibia soplaba en la noche espléndida, y arreglaba los pétalos de las flores para la mañana que pronto se anunciaría. Un número mayor de animales empezaron a congregarse en torno a la cabaña. Y La luna con voz cálida anunció: ¡Yo ayudaré! Aumentó la intensidad de su luz plateada, que bañó cada rincón del bosque. El lugar de la fiesta quedó tan iluminado como si fuera de día, y los hombres entendieron que no era necesario prender fogatas.

Los animales reunidos, una a uno expresaban sus inquietudes: ¡sabemos que en otros sitios se han provocados incendios!, con su trompa dijo el elefante ¡Y mucha basura queda regada contaminando el ambiente!, desde su altura apuntó la Jirafa. ¡Calma, calma! ¡Confiemos que los hombres sabrán divertirse haciendo bien las cosas!, con voz firme tranquilizó el Cocuyo guardabosque. Sobre el bosque se anunció el alba del nuevo día, y todos se fueron a sus hogares a recuperar un poco las horas no dormidas. El sol, la luna, los animales, todo el bosque, confiaron que los hombres harían las cosas bien. Y los hombres gozaron su fiestón. Al día siguiente, cansados, se marcharon a sus casas. Pero no recogieron sus latas, botellas, bolsas plásticas y cajas. Pero de esto nadie se enteró.

Y como todos los días, al primer bostezo de la aurora, el Sol salió a su misión: terminar de madurar los frutos, aligerar la fotosíntesis de las hojas, almacenar energías en los tallos y calentar a toda la tierra para nuevas cosechas. Y el Sol, de hemisferio norte a hemisferio sur, hacía su recorrido. También el Cocuyo hacía el suyo habitual. Y por los caminos iba diciendo: ¡buenos días! ¡todo va bien! Pero como a las 12 del mediodía, cuando el Sol estaba alto, en su cenit, y su calor aumentaba para bañar toda la Tierra, sucedió lo temido. Un vocerío de guacharacas cubrió al bosque: ¡incendio! ¡incendio1 ¡se quema el bosque! y las guacamayas alertaban y daban sus instrucciones: ¡corran! ¡aléjense del fuego!¡salven la comida! ¡lleven los pichones, cachorros y abuelitos cerca de los ríos! Cada quien hacía lo que podía.

Y el Cocuyo llamó a los elefantes y a las jirafas: ¡vamos a apagar la candela! ¿A dónde vamos, a dónde es el fuego? El cocuyo dirigía las operaciones. ¡Vamos al lugar donde los hombres hicieron su fiesta! ¡Allí empezó el incendio! Y salieron a combatir el fuego incontrolado y a salvar su bosque. ¿Y qué pasó? ¿Cómo empezó el fuego? Surgían de diversos sitios las preguntas. ¡No pregunten tanto! ¡Vayan a sus sitios, y abran los cortafuegos! ordenaba, con voz de mando, el cocuyo guardabosque. Los escarabajos con sus mandíbulas tenazas abrían cortafuegos aquí, y cortafuegos allá. Las ardillas y topos serraban con sus dientes viejos troncos de árboles para apartarlos de la candela y hacer diques. Los elefantes llenaban en los ríos sus trompas de agua y las vaciaban sobre la candela. Y las jirafas desde sus alturas soplaban fuerte para atajar las lenguas de fuego. Todas las mariposas aleteaban para airear el espacio. Y El Sol, desde lo alto, que veía todo, también ayudaba, bajando la potencia de sus baterías del lado donde ocurría el incendio para ayudar a enfriar los montes.

¡Salvemos al bosque!, en su paso grito el Viento! Y bandadas de mariposas y pájaros volaron hacia Sur en busca de las nubes para que trajeran las lluvias. Todos luchaban a brazo partido para controlar el fuego. Voraz se alzaba como un gigante inocente, que sin saber lo que hacía todo quería arrasar ¡Vamos todos, a concentrar nuestras fuerzas en el centro, y apuren a las nubes! gritó la jirafa. Los cisnes y cigüeñas junto a mariposas batían fuertes sus alas como ventiladores impidiendo el avance del fuego. Los otros: leones, tigres, serpientes, zorros, rinocerontes, monos, juntaban montones de tierras húmedas como muros para atajar la candela. Los elefantes, hipopótamos y cocodrilos, iban y venían, acarreando montones de agua.

Pero el incendio no quería ceder. Entonces, el cocuyo guardabosque, decidió jugársela a todo, a riesgo de su propia vida. Y como una tromba, desde la cabeza de una jirafa, se lanzó al centro del incendio, batiendo fuertemente sus alas, y cobijando el punto de ignición del fuego. Todos los animales quedaron sobrecogidos por el arrojo del Cocuyo. Y pronto de su cuerpo empezó a salir humo negro, y a oírse un chirrido y olor a cuerpo quemado. ¡Se quema el cocuyo!, un grito destemplado cruzó el bosque. ¡Lluvia, lluvia, que venga la lluvia! era el clamor unánime. Pero el Cocuyo no se dejaba vencer, y batallaba con sus alas intentando apagar la voraz candela.. Y su cuerpo, antes marrón, ya era negro. Y en el justo momento, en que sus fuerzas flaqueaban, llegaron las lluvias. Y un torrente, desde el cielo, cayó sobre el incendio y sobre el cuerpo chamuscado del Cocuyo. Por fin, el incendio fue vencido. El fuego fue apagado. Pero a nadie le quedó ninguna duda que también lo hizo el Cocuyo. Todos corrieron a socorrerlo. Y la lluvia fresca, junto a las manos solidarias de todos, aliviaron sus quemaduras. Y con las hierbas y plantas medicinales del bosque curaron sus heridas, y el cocuyo guardabosque rápidamente se recuperó.

En su cabaña terminó de curarse, y pronto alcanzó el vigor de antes. El bosque lo declaró su gran héroe. Y era el asombro de cuantos lo visitaban. Y una leyenda sobre la hazaña del Cocuyo pronto se extendió. ¡Parece otro! Se oía decir: ya no es marrón, como antes, sino negro como un carbón diamante. Y al darle la luz del sol o de la luna, sus alas despedían rayas de luz. Hoy son las mismas líneas luz-plateadas que surcan todo su cuerpo. Y cuando alza el vuelo, durante las noches, al final de su abdomen, prende una lucecita azulada que desde el incendio le quedó grabada. Ahora, cuando en las noches, se ve una lamparita suspendida en el aire, todos dicen: ¡ahí viene, el cocuyo! Y esa chispita es el mismo punto de ignición del incendio que su barrigita logró absorber. Y por eso, el fuego se apagó. ¡Que audacia y valentía! Ahora el cocuyo es un fanal repartidor de luz.

¡Caramba! ¿Quién apagó el incendio: el Cocuyo o la lluvia? ¿Y los hombres aprendieron la lección?

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