Silla y jarrón de flores, Vincent Van Gogh
Estos trabajos que abajo publicamos -poema de Henry W. Longfellow, “Otoño I”,"Nueve florerías y una coda" y "A la abuela, 25 años después"-, por contraste nos suscita una imagen: la de un desierto. Un desierto de los muchos que ha sembrado el hombre sobre la tierra, cada vez más calcinado por el duro sol de mediodía que con furia golpea su piel, o por los estiletes del viento frío que durante la noche hasta la madrugada, agujerea su textura. El mismo hombre de hoy es un “desierto”. Y este desierto ve rota su aridez y soledad cuando sobre él, y desde sus entrañas, nace un tallito verde que enarbola al aire como bandera sus hojitas también verde. Y tal milagro ocurre por la magia de la naturaleza en su terco empeño de negar todo tipo de violencia. Una hermosa enseñanza del combate de la alegría y del amor contra el dolor para la resurrección de la verdadera vida.
¿Por qué? Porque esta debería ser la lucha legítima y fundamental que puede hacer advenir otra humanidad verdaderamente humana. Porque la que actualmente tenemos es hija legítima de la violencia contra la violencia. Y ésta estará siempre vigente si persistimos en combatir su violencia histórica con sus propias armas violentas -abiertas y veladas-, llámense guerras, terrorismo, la política “real”, movimientos revolucionarios, enriquecimientos, hambre, enfermedades, pobreza, el engaño y la mentira, negociados, la acción de la actual ciencia: violencia “buena” -revolución, por ejemplo- contra la violencia “mala”. En ambos tipos de violencia, la religión juega un papel importante. Y tenemos esta humanidad porque hemos estado empeñados -siglos de existencia- en este tipo de confrontación, en y desde los más diversos escenarios, incluyendo los de la ciencia y del arte. Desde los albores de las tribus hasta esta sociedad moderna. Toda la historia “humana”. Y cuando queremos conocer sus procesos, su fenomenología, encontrar las raíces de su comportamiento violento, bajo la hipótesis de llegar a otro tipo de hombre, la ciencia que ejercemos nos lleva a investigaciones “científicas” que parten y se adentran en esta misma violencia, sea en el tiempo pasado y/o en el presente: y buscamos en ella la “raíz histórica”. Y con este conocimiento -extraído de la misma violencia- pretendemos “transformar” esta humanidad. ¿Y hoy cuál es la que tenemos? Ante sus ojos y vivencia, usted la puede ver, palpar y sentir.
No negamos esta manera de conocer ¿Pero ella es, será, tiene que ser la única metodología? ¿No habrá otra? Otra que vaya, no al seno de la violencia –la “maldad” del hombre, según la Biblia y el Corán, y la Ciencia actual- sino al corazón de la naturaleza humana -“descubierto” parcialmente y casi fuera del objeto de la ciencia-, por ejemplo, aquél que se extasía ante la flor, el vuelo de la mariposa y de los pájaros, de un paisaje deletreado por el verde y el amarillo, del ocaso o crepúsculo, alba o aurora. De la observación absorta de las infinitas formas de manifestarse las estaciones –verano, primavera, otoño e invierno-, de la hondura del amor de las madres, el lloro -llanto, tristeza o melancolía- del hijo ante la ausencia de la madre o viceversa, lo infinito del amor. De la poesía y de la música en su incansable acción de resurrección de la belleza y sensibilidad humana, de la lucha inacabable de la inteligencia por sacarnos de la “barbarie” y hacernos verdaderos humanos, del asombro del cerebro -solo conocemos un 10%-. De la curiosidad, “inocencia” y alegría permanente de los niños y de los signos que juegan en el aljibe de sus pupilas, “fabricando” arcoíris de futuro. Y, el cómo, por qué y el para qué discurre el rocío entre las hojas verdes, y el cómo, por qué y el para qué del constante nacer y “morir” -acción molecular en cadena- de los cuerpos estelares. Y la trasmutación del dolor en ilusión honda y del amor en infinita unión e imperecedera esperanza sobre el lienzo del pintor o en el poema del cantor o en la partitura del músico, etc.
Y ¿Por qué no son éstas nuestras preocupaciones centrales, principales? ¿Qué perdemos si -de verdad- nos transformamos en un “Principito” -el de Antoine de Saint-Exupéry- y nos ponemos a realizar su sueño, entender y practicar su “ciencia”, su humanismo? Por cierto, en esta obra se dice “Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos” (El principito, pag. 83)
En síntesis ¿qué ocurriría si llegáramos a abandonar este tipo de confrontación -y de su ciencia e investigación científica- hasta hoy ejercitada, y asumiéramos la otra: la de la alegría y del amor, la de la sensibilidad y pasión, la de la esencia humana –el mundo humano verdadero- contra el dolor, contra este tiempo y esta historia, pero desde el seno de esta misma alegría y de este mismo amor, de esta sensibilidad y pasión, desde un nacer para amar y vivir, desde el centro de esta esencia humana? Creemos que la violencia no forma parte de esta esencia, del mundo humano verdadero: un mundo donde “ni las aves ni nuestro corazón dejen de cantar”, como dice Paul Eluard, el “poeta del amor”. Así se le conoce. Y en Cartas a Théo, Barral Editores, 2ª. Edición, 1972, el pintor holandés Vincent Van Gogh nos recomienda: “encuentra bello todo lo que puedas; la mayoría no encuentra nada suficientemente bello” (p. 18) Y más adelante afirma: “es bueno amar tanto como se pueda, porque ahí radica la verdadera fuerza, y el que mucho ama realiza grandes cosas y se siente capaz, y lo que se hace por amor está bien hecho” (p. 24) Y lo que afirman Eluard, Exupéry y Van Gogh, es el fundamento de la metodología a la que nos referimos.
Y desde este espacio-página, frente aquella metodología proponemos esta otra metodología, como un camino válido para concebir y hacer parir a la humanidad que aspiramos, total y absolutamente contraria a la actual. Buscar, indagar y encontrar esa “raíz histórica” dentro de este mundo humano que porta casi latente el hombre. Y este combate, necesariamente, habría que entablarla desde el niño y con el niño, junto a los hombres que nunca han dejado de ser niños, protagonizando historias bajo el libre juego de las leyes naturales: una fuente, semilla nueva y sana, totalmente ajena a la violencia, y que con su crecimiento, acción y desarrollo de su naturaleza-esencia no violenta podrá hacer advenir una humanidad también nueva y sana, igualmente ausente de todo tipo de violencia social o material.
Y pensamos que esta producción de http://embusteria.blogspot.com, son contribuciones a este combate: el combate por la vida. ¿Y qué pasaría si un buen número de hombres, decididos a hacerse humanos, y debidamente organizados y firmemente consciente de su labor, creyentes tercos en el trabajo creador, asumieran este combate como ocupación primordial y casi única? ¿Qué pasaría si todo el tiempo de nuestra existencia, siempre anduviéramos –viviéramos- de mano con el niño y dentro del marco -leyes- de la naturaleza? Pensamos que los desiertos y toda violencia -abierta o encubierta- no tendrían fuentes de donde surgir y existir sobre la faz de la Tierra, y en el universo mismo. Pero sí para la sola existencia del hombre verdaderamente libre: el humanohombre. Soñar es un derecho y un deber. Y también luchar por hacerlo realidad. Y estos trabajos de Embusteria y de los tantos otros que desde los diversos rincones del “embuste”, apuntan hacia ésta dirección. Y en estos aportes celebramos nuestra condición humana.
Estos trabajos que abajo publicamos -poema de Henry W. Longfellow, “Otoño I”,"Nueve florerías y una coda" y "A la abuela, 25 años después"-, por contraste nos suscita una imagen: la de un desierto. Un desierto de los muchos que ha sembrado el hombre sobre la tierra, cada vez más calcinado por el duro sol de mediodía que con furia golpea su piel, o por los estiletes del viento frío que durante la noche hasta la madrugada, agujerea su textura. El mismo hombre de hoy es un “desierto”. Y este desierto ve rota su aridez y soledad cuando sobre él, y desde sus entrañas, nace un tallito verde que enarbola al aire como bandera sus hojitas también verde. Y tal milagro ocurre por la magia de la naturaleza en su terco empeño de negar todo tipo de violencia. Una hermosa enseñanza del combate de la alegría y del amor contra el dolor para la resurrección de la verdadera vida.
¿Por qué? Porque esta debería ser la lucha legítima y fundamental que puede hacer advenir otra humanidad verdaderamente humana. Porque la que actualmente tenemos es hija legítima de la violencia contra la violencia. Y ésta estará siempre vigente si persistimos en combatir su violencia histórica con sus propias armas violentas -abiertas y veladas-, llámense guerras, terrorismo, la política “real”, movimientos revolucionarios, enriquecimientos, hambre, enfermedades, pobreza, el engaño y la mentira, negociados, la acción de la actual ciencia: violencia “buena” -revolución, por ejemplo- contra la violencia “mala”. En ambos tipos de violencia, la religión juega un papel importante. Y tenemos esta humanidad porque hemos estado empeñados -siglos de existencia- en este tipo de confrontación, en y desde los más diversos escenarios, incluyendo los de la ciencia y del arte. Desde los albores de las tribus hasta esta sociedad moderna. Toda la historia “humana”. Y cuando queremos conocer sus procesos, su fenomenología, encontrar las raíces de su comportamiento violento, bajo la hipótesis de llegar a otro tipo de hombre, la ciencia que ejercemos nos lleva a investigaciones “científicas” que parten y se adentran en esta misma violencia, sea en el tiempo pasado y/o en el presente: y buscamos en ella la “raíz histórica”. Y con este conocimiento -extraído de la misma violencia- pretendemos “transformar” esta humanidad. ¿Y hoy cuál es la que tenemos? Ante sus ojos y vivencia, usted la puede ver, palpar y sentir.
No negamos esta manera de conocer ¿Pero ella es, será, tiene que ser la única metodología? ¿No habrá otra? Otra que vaya, no al seno de la violencia –la “maldad” del hombre, según la Biblia y el Corán, y la Ciencia actual- sino al corazón de la naturaleza humana -“descubierto” parcialmente y casi fuera del objeto de la ciencia-, por ejemplo, aquél que se extasía ante la flor, el vuelo de la mariposa y de los pájaros, de un paisaje deletreado por el verde y el amarillo, del ocaso o crepúsculo, alba o aurora. De la observación absorta de las infinitas formas de manifestarse las estaciones –verano, primavera, otoño e invierno-, de la hondura del amor de las madres, el lloro -llanto, tristeza o melancolía- del hijo ante la ausencia de la madre o viceversa, lo infinito del amor. De la poesía y de la música en su incansable acción de resurrección de la belleza y sensibilidad humana, de la lucha inacabable de la inteligencia por sacarnos de la “barbarie” y hacernos verdaderos humanos, del asombro del cerebro -solo conocemos un 10%-. De la curiosidad, “inocencia” y alegría permanente de los niños y de los signos que juegan en el aljibe de sus pupilas, “fabricando” arcoíris de futuro. Y, el cómo, por qué y el para qué discurre el rocío entre las hojas verdes, y el cómo, por qué y el para qué del constante nacer y “morir” -acción molecular en cadena- de los cuerpos estelares. Y la trasmutación del dolor en ilusión honda y del amor en infinita unión e imperecedera esperanza sobre el lienzo del pintor o en el poema del cantor o en la partitura del músico, etc.
Y ¿Por qué no son éstas nuestras preocupaciones centrales, principales? ¿Qué perdemos si -de verdad- nos transformamos en un “Principito” -el de Antoine de Saint-Exupéry- y nos ponemos a realizar su sueño, entender y practicar su “ciencia”, su humanismo? Por cierto, en esta obra se dice “Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos” (El principito, pag. 83)
En síntesis ¿qué ocurriría si llegáramos a abandonar este tipo de confrontación -y de su ciencia e investigación científica- hasta hoy ejercitada, y asumiéramos la otra: la de la alegría y del amor, la de la sensibilidad y pasión, la de la esencia humana –el mundo humano verdadero- contra el dolor, contra este tiempo y esta historia, pero desde el seno de esta misma alegría y de este mismo amor, de esta sensibilidad y pasión, desde un nacer para amar y vivir, desde el centro de esta esencia humana? Creemos que la violencia no forma parte de esta esencia, del mundo humano verdadero: un mundo donde “ni las aves ni nuestro corazón dejen de cantar”, como dice Paul Eluard, el “poeta del amor”. Así se le conoce. Y en Cartas a Théo, Barral Editores, 2ª. Edición, 1972, el pintor holandés Vincent Van Gogh nos recomienda: “encuentra bello todo lo que puedas; la mayoría no encuentra nada suficientemente bello” (p. 18) Y más adelante afirma: “es bueno amar tanto como se pueda, porque ahí radica la verdadera fuerza, y el que mucho ama realiza grandes cosas y se siente capaz, y lo que se hace por amor está bien hecho” (p. 24) Y lo que afirman Eluard, Exupéry y Van Gogh, es el fundamento de la metodología a la que nos referimos.
Y desde este espacio-página, frente aquella metodología proponemos esta otra metodología, como un camino válido para concebir y hacer parir a la humanidad que aspiramos, total y absolutamente contraria a la actual. Buscar, indagar y encontrar esa “raíz histórica” dentro de este mundo humano que porta casi latente el hombre. Y este combate, necesariamente, habría que entablarla desde el niño y con el niño, junto a los hombres que nunca han dejado de ser niños, protagonizando historias bajo el libre juego de las leyes naturales: una fuente, semilla nueva y sana, totalmente ajena a la violencia, y que con su crecimiento, acción y desarrollo de su naturaleza-esencia no violenta podrá hacer advenir una humanidad también nueva y sana, igualmente ausente de todo tipo de violencia social o material.
Y pensamos que esta producción de http://embusteria.blogspot.com, son contribuciones a este combate: el combate por la vida. ¿Y qué pasaría si un buen número de hombres, decididos a hacerse humanos, y debidamente organizados y firmemente consciente de su labor, creyentes tercos en el trabajo creador, asumieran este combate como ocupación primordial y casi única? ¿Qué pasaría si todo el tiempo de nuestra existencia, siempre anduviéramos –viviéramos- de mano con el niño y dentro del marco -leyes- de la naturaleza? Pensamos que los desiertos y toda violencia -abierta o encubierta- no tendrían fuentes de donde surgir y existir sobre la faz de la Tierra, y en el universo mismo. Pero sí para la sola existencia del hombre verdaderamente libre: el humanohombre. Soñar es un derecho y un deber. Y también luchar por hacerlo realidad. Y estos trabajos de Embusteria y de los tantos otros que desde los diversos rincones del “embuste”, apuntan hacia ésta dirección. Y en estos aportes celebramos nuestra condición humana.
Viernes, octubre 16, 2009
EMBUSTERIA DE HENRY W. LONGFELLOW
27 de febrero de 1807 – 24 de marzo de 1882
NIÑOS
Vengan a mí niños
que los oigo al jugar
y las preguntas que me dejaban
perplejo se han desvanecido
Ustedes abren las ventanas del este
que miran hacia el sol
donde los pensamientos son cantos
de golondrinas y los arroyos el
trajinar de la mañana
En sus corazones anidan pájaros y soles
en sus pensamientos fluyen arroyuelos
pero en el mío están los vientos
de otoño y la caída de la primera nieve
Ah qué sería el mundo si ya no
hubiese niños
le temeríamos al desierto
detrás de nosotros
más terrible que la oscuridad anterior
Lo que las hojas son al bosque
con luz y aire para los alimentos
sus tiernos y dulces jugos
se han endurecido en la madera
Eso son para el mundo los niños
a través de ellos se siente el brillo
de un clima más brillante y asoleado
que alcanza los troncos que están abajo
Vengan a mí niños
y susurren en mis oídos
lo que el viento y los pájaros cantan
en vuestra atmósfera de sol
Porque qué son todas las contribuciones
y la sabiduria de nuestros libros
comparados con sus caricias
y la alegria de sus miradas?
Son mejores que todas las baladas
que jamás fueron cantadas o dichas
porque ustedes son poemas vivientes
y todo lo demás está muerto
Henry Wadsworth Longfellow
traducción libre / ms
acceda a la versión original en inglés
en leer más...
Children
Come to me, O ye children!
For I hear you at your play,
And the questions that perplexed me
Have vanished quite away.
Ye open the eastern windows,
That look towards the sun,
Where thoughts are singing swallows
And the brooks of morning run.
In your hearts are the birds and the sunshine,
In your thoughts the brooklet's flow,
But in mine is the wind of Autumn
And the first fall of the snow.
Ah! what would the world be to us
If the children were no more?
We should dread the desert behind us
Worse than the dark before.
What the leaves are to the forest,
With light and air for food,
Ere their sweet and tender juices
Have been hardened into wood, --
That to the world are children;
Through them it feels the glow
Of a brighter and sunnier climate
Than reaches the trunks below.
Come to me, O ye children!
And whisper in my ear
What the birds and the winds are singing
In your sunny atmosphere.
For what are all our contrivings,
And the wisdom of our books,
When compared with your caresses,
And the gladness of your looks?
Ye are better than all the ballads
That ever were sung or said;
For ye are living poems,
And all the rest are dead.
Henry Wadsworth Longfellow
Miércoles, octubre 14, 2009
EMBUSTERIA DE OTOÑO I
Si uno se despidiera de las hojas de
otoño como se despide de los caminos
que borraron las huellas de lo vivido
¿cómo luego remontaríamos el trecho
desde las ramas quebradas hasta
la vertiente de fuego de una florería
que estalla voluptuosa de pétalos
y alas?
Si uno se desencantara de los árboles
vacíos y se quedara habitando los silencios
que rondan los desahucios
¿cómo entonces volveríamos a trepar
por los tallos de agua hasta dar con
el fruto que regresa a destilar sus
gajitos de ilusión?
Si uno creyera que en el invierno
la lluvia detenida en el bordado estelar
de la nieve no volverá a su andar de arroyo
¿cómo navegaríamos otra vez en el cauce
de los pistilos que se fueron en el
piquito de un cristofue a sembrar de
azúcares los ríos del planeta?
Yo me adhiero a la madera seca de
los árboles de este otoño a la anatomía
vertical del viento y a la circunvalación de
los espejos para descifrar en la encrucijada
de sus grietas la génesis de los mandarinares
la estatura ritual del maguey el tiempo de
resurrección de los nísperos hasta engalanarme
otra vez con los arpegios en andante brioso
de las hojas que brotan irreverentes en dirección
al corazón desastido del hombre
texto y fotos / ms
Miércoles, septiembre 09, 2009
NUEVE FLORERIAS Y UNA CODA
I
Nueve florerías para un día nueve
de un septiembre que corre
en el noveno año de un siglo
que apenas amanece en una
historia que se agiganta más allá
de estos tiempos por hacer y contar
II
Nueve florerías
para alumbrar porvenires
que están ya escritos en el código
vital de las circunvalaciones
de los bosques que paren
pétalos sin nombres en las encrucijadas
de todos los caminos
III
Nueve florerías para que las centellas
desciendan a los pozos donde
los ríos se desbordan en azúcares
sobre el andén de los predios consternados
IV
Nueve florerías rebosantes
de magias de amén que sellan la
continuidad de la vida en el hemisferio
radical de la existencia
V
Nueve florerías
tomadas en un viento
sin refugio que habita en
los párpados de los altares
de los ruiseñores
VI
Nueve florerías
como talismán en espanto
de males para dar alcance
al horizonte vertical de las plegarias
VII
Nueve florerías dispuestas
en los nueve puntos cardinales
para que timbales y cuerdas
entonen el canto frugal
de los espejos de amor
VIII
Nueve florerías en estampida
de cometas sembrándole arreboles
a la risa en resurrección de los cielos
IX
Nueve florerías
para construirle memorias a los años
guirnaldas a las horas
y seducir la tristeza con el relumbrar
de estambres altivos como soles
CODA
En cada estación de florescencias
habitan los reverdeceres que
deletrean en tiempo de adagio
los navíos de quienes bordan la vida
desde una dúlcima caja sonora de
peces y fugas
texto y fotos / ms
Miércoles, julio 29, 2009
A LA ABUELA, 25 AÑOS DESPUES
Llegó un julio cualquiera de un año que se pierde en el hilo de los días. Y se nos fue un agosto cuando aún su fogón estaba encendido para madrugar confituras que repartía a todos los transeúntes. Su tiempo no lleva las cuentas del calendario, porque existió mucho antes de ese julio y permanece después de aquel agosto, en cada flor de baile que desviste su corazón de luz a las noches de menguante.
Se sabía el lenguaje de todo lo vivo. Las ciruelas nacían al arrullo de su voz y los azahares echaban al vuelo sus perfumes con sola verla en el dintel de un patio sin casa. Llenaba los azafates de los hijos con panes de maíz aliñados con las gotas de su corazón. Y conocía la virtud sanadora de todas las hierbas, que ofrendaba en guarapos para calmar toda sed y toda pena.
Parió hijos como quien pare tesoros que le entregó a la vida, prendida de sus solapas sus lecciones de coraje, de valor, de entereza y sobre todo de amor. Hizo florecer todas las sequías que se le inscrustaron en sus días, haciendo milagros con la panela, con la corteza dura de los panes, con el dedal de café que calmaba el hambre y saciaba la sed.
De su fogón salían los manjares más deliciosos, aunque no tuviera a su alcance más que la ternura que le brotaba de sus dedos y la mano con la cual aquella paleta de madera iba cuajando los caldos.
No conocí cielo más claro que aquel que destilaban sus ojos tristes. Ni un regazo más cálido que aquel donde pastaban sus sueños todos los niños que pasaron por sus solares descubiertos.
Cuando venía cargada con sus jobos y sus mangos, sus pomarrosas y sus ciruelas, el mundo parecía estallar en los colores de su risa y en el calor de sus abrazos.
Toda su angustia la envolvía en el pañuelito blanco que arrugaba en aquel boquete de su delantal, en el cual guardaba las penas y las trasmutaba en alegrías.
Nunca partió, sino que se fue en busca de Marcos y de Rafael. Y siempre regresa con su aluvión de flores de bailes a quitarnos la tristeza de encima y a regalarnos el don franco de su sabiduría.
Y en este julio y en este agosto, que traía las penas del abril que se nos llevó a Chilita, ha regresado más aromada que nunca, a seguir velando por los niños sin regazo y por los hijos que parió envueltos en hojitas de yerbaluisa y guayaba, con la ilusión de que pasemos ilesos de corazón por este duro vivir.
Se sabía el lenguaje de todo lo vivo. Las ciruelas nacían al arrullo de su voz y los azahares echaban al vuelo sus perfumes con sola verla en el dintel de un patio sin casa. Llenaba los azafates de los hijos con panes de maíz aliñados con las gotas de su corazón. Y conocía la virtud sanadora de todas las hierbas, que ofrendaba en guarapos para calmar toda sed y toda pena.
Parió hijos como quien pare tesoros que le entregó a la vida, prendida de sus solapas sus lecciones de coraje, de valor, de entereza y sobre todo de amor. Hizo florecer todas las sequías que se le inscrustaron en sus días, haciendo milagros con la panela, con la corteza dura de los panes, con el dedal de café que calmaba el hambre y saciaba la sed.
De su fogón salían los manjares más deliciosos, aunque no tuviera a su alcance más que la ternura que le brotaba de sus dedos y la mano con la cual aquella paleta de madera iba cuajando los caldos.
No conocí cielo más claro que aquel que destilaban sus ojos tristes. Ni un regazo más cálido que aquel donde pastaban sus sueños todos los niños que pasaron por sus solares descubiertos.
Cuando venía cargada con sus jobos y sus mangos, sus pomarrosas y sus ciruelas, el mundo parecía estallar en los colores de su risa y en el calor de sus abrazos.
Toda su angustia la envolvía en el pañuelito blanco que arrugaba en aquel boquete de su delantal, en el cual guardaba las penas y las trasmutaba en alegrías.
Nunca partió, sino que se fue en busca de Marcos y de Rafael. Y siempre regresa con su aluvión de flores de bailes a quitarnos la tristeza de encima y a regalarnos el don franco de su sabiduría.
Y en este julio y en este agosto, que traía las penas del abril que se nos llevó a Chilita, ha regresado más aromada que nunca, a seguir velando por los niños sin regazo y por los hijos que parió envueltos en hojitas de yerbaluisa y guayaba, con la ilusión de que pasemos ilesos de corazón por este duro vivir.
Regresas cada julio
ataviada de noche
con tu aroma de flor
y tu corazón de baile
esparciendo golosinas
de pomarrosa y hierbaluisa
a los atardeceres sin luz
Con tus manos encantadas
húmedas aún de bálsamos
y viandas rehaces cada nicho
para depositar en ellos
tus florerías de amor
Luego vuelves silenciosa
al manantial de las madrugadas
donde se nutre tu savia enamorada
de las circunvalaciones de la miel
en los gajitos de los girasoles
hasta completar el ciclo que va
de tu regazo al recinto boreal
de tu ternura tendida en el azafate
aliñado de tus bendiciones
ms / 30 de julio del 2007
ataviada de noche
con tu aroma de flor
y tu corazón de baile
esparciendo golosinas
de pomarrosa y hierbaluisa
a los atardeceres sin luz
Con tus manos encantadas
húmedas aún de bálsamos
y viandas rehaces cada nicho
para depositar en ellos
tus florerías de amor
Luego vuelves silenciosa
al manantial de las madrugadas
donde se nutre tu savia enamorada
de las circunvalaciones de la miel
en los gajitos de los girasoles
hasta completar el ciclo que va
de tu regazo al recinto boreal
de tu ternura tendida en el azafate
aliñado de tus bendiciones
ms / 30 de julio del 2007
Nunca supo la hondura de la ausencia
que dejó aquel agosto de penumbras
porque ocupaba su tiempo
en macerar hierbas para mágicos brebajes
en aliñar los días con la sazón de sus pasos
en preparar viandas que repartía en todos
los vecindarios que le cabían en el corazón
Experta en el arte de las confituras
convertía la piel de las toronjas en un
derroche de mieles
y procesaba pacientemente el aromado
equipaje de las guayabas hasta convertirlas
en un río de azúcares que tomaba por asalto
los techos las paredes el fogón
hasta que la larga paleta de madera
cumplía sus labores de cuajar
aquel hervor en generosa ofrenda
de conservitas que ofrecía a los
visitantes que se detenían en el umbral
de su memoria
Conocía mejor que nadie la ciencia
del maíz de donde emergían empanadas
rellenas de un guiso de amor cuya receta
quedó estampada en la mazorca que
desgranaba como un ritual de madrugada
Guardaba celosamente en el costado
de su vestido un diminuto pañuelo
capaz de escanciar todas las lágrimas
y que cuando lo desenvolvía dejaba salir
de sus pliegues cantos de pájaros
y cuentos de aparecidos que a veces emergían
en las calles de su barrio
Aprendió del maestro esteban el oficio de albañil
y del primer amasijo de barro fue haciendo
florecer una casa de tantos cuartos como
niños iban llegando a su regazo
nunca faltó el guarapo que mitigaba las carencias
ni el mango maduro que destilaba
sus dulces hilachas entre los mordiscos
que lo devoraban
Tenía el don de la alegría construido
sobre las más terribles de las tristezas
un día se le fue marcos cuando apenas iniciaba
su travesía por los sacos de samán
y luego se le fue rafael el mayor de todos
cuando el frágil andamiaje que lo sostenía
alzó vuelo con su sonrisa de niño a cuestas
Sobrevivió tantas batallas anónimas
que sería imposible enumerarlas
pero su rostro jamás cambió su temple
porque en el anverso de sus manos
cabían todas las caricias
Se nos fue un agosto que jamás ha terminado
y sin embargo regresa cada mayo
a encender las catedrales de luz dondequiera
que estemos y vuelve cada julio a inundar
los anocheceres con su aroma de espigas solares
y entonces es como si renaciera la vida
en el polen que da cuenta de la eternidad
como si de nuevo pudiésemos cobijarnos
en su regazo de azahares a deletrear el futuro
que nos regala cada vez que en las madrugadas
se encienden las lámparas de tierra
ms / 08 de agosto del 2007
Johann Sebastian Bach
Ofrenda musical
http://historiactualdos.googlepages.com/bach-bwv1079-ricercar3-breemer.wma
que dejó aquel agosto de penumbras
porque ocupaba su tiempo
en macerar hierbas para mágicos brebajes
en aliñar los días con la sazón de sus pasos
en preparar viandas que repartía en todos
los vecindarios que le cabían en el corazón
Experta en el arte de las confituras
convertía la piel de las toronjas en un
derroche de mieles
y procesaba pacientemente el aromado
equipaje de las guayabas hasta convertirlas
en un río de azúcares que tomaba por asalto
los techos las paredes el fogón
hasta que la larga paleta de madera
cumplía sus labores de cuajar
aquel hervor en generosa ofrenda
de conservitas que ofrecía a los
visitantes que se detenían en el umbral
de su memoria
Conocía mejor que nadie la ciencia
del maíz de donde emergían empanadas
rellenas de un guiso de amor cuya receta
quedó estampada en la mazorca que
desgranaba como un ritual de madrugada
Guardaba celosamente en el costado
de su vestido un diminuto pañuelo
capaz de escanciar todas las lágrimas
y que cuando lo desenvolvía dejaba salir
de sus pliegues cantos de pájaros
y cuentos de aparecidos que a veces emergían
en las calles de su barrio
Aprendió del maestro esteban el oficio de albañil
y del primer amasijo de barro fue haciendo
florecer una casa de tantos cuartos como
niños iban llegando a su regazo
nunca faltó el guarapo que mitigaba las carencias
ni el mango maduro que destilaba
sus dulces hilachas entre los mordiscos
que lo devoraban
Tenía el don de la alegría construido
sobre las más terribles de las tristezas
un día se le fue marcos cuando apenas iniciaba
su travesía por los sacos de samán
y luego se le fue rafael el mayor de todos
cuando el frágil andamiaje que lo sostenía
alzó vuelo con su sonrisa de niño a cuestas
Sobrevivió tantas batallas anónimas
que sería imposible enumerarlas
pero su rostro jamás cambió su temple
porque en el anverso de sus manos
cabían todas las caricias
Se nos fue un agosto que jamás ha terminado
y sin embargo regresa cada mayo
a encender las catedrales de luz dondequiera
que estemos y vuelve cada julio a inundar
los anocheceres con su aroma de espigas solares
y entonces es como si renaciera la vida
en el polen que da cuenta de la eternidad
como si de nuevo pudiésemos cobijarnos
en su regazo de azahares a deletrear el futuro
que nos regala cada vez que en las madrugadas
se encienden las lámparas de tierra
ms / 08 de agosto del 2007
Johann Sebastian Bach
Ofrenda musical
http://historiactualdos.googlepages.com/bach-bwv1079-ricercar3-breemer.wma