Quizas
podríamos volver a nacer
cuando decidamos romper
las ataduras derrumbar los muros
hacer luz en las
tinieblas
y otras
vez libre de nuevo empezar a
labrar los días del sueño inconcluso
y como el escultor crear la realidad
que hasta ahora no hemos podido hacer
para en una hermandad todos vivir
solo tendríamos que apurar la decisión
tomar la decisión y con ella
salir al campo de la hermosa aventura
A orillas
de un brazo de rio frente a un naciente atardecer lila aquél hombre se ve en
medio del hastío de tanto vivir en tiempo pasado que se pierde en su propia
interioridad. Metamorfosis de un presente que es el mismo pasado pero que su propio
hacer no logra esclarecer porque siempre
está bajo sombras que amurallan la libertad.
Y
quiso pensar en tiempo futuro para quijotear su propio trayecto que entreteja
de mil maneras los brotes de un tiempo que imagina venir y cual llegaría
desbrozando recodos de qué, cómo, por qué, para qué, y en andante grosso, rehacer la arquitectura de los dónde
vienes, a dónde vas, qué vas a hacer. Porque en verdad siente que el hombre ha sido gestado, pero aún el Ser no se ha constituido en flor, porque
el cuerpo y el alma andan disgregados, ambos padeciendo carencias. Y el mismo
ahora siente en lo íntimo que los suyos vagan desunidos sobre la tersa agua,
pero ansiando integrarse en un solo Ser, que debería tomar en sus manos la
arquitectura de la vida.
Pero
se detiene porque algo allá lejos no cesa de llamar tanto desde atrás como de adelante,
metido en su interior ¿y realmente estará lejos? el Ser, porque cree percibir sus ráfagas. Y como en un viaje cósmico siente
que ha de venir construyéndose, oye el tronar de sus uniones, como en el
interior de la Tierra lo hacen los minerales. Y así empieza sentir el vivir en
cada trozo como si un gran escultor fuera esculpiéndolo y haciéndole brotar,
cuerpo y alma, como si fueran las aguas de un manantial.
Y
de una vez ponerse a vivir en un solo tiempo, en el tiempo futuro, sin tener
que pasar por aquellos pasados y este presente que son los mismos,
repitiéndose, y que lo aprisionan. Una construcción de un nuevo Ser desde la semilla esencia que ya
este hombre lleva por dentro desde tiempo inmemorial, como lo hacen los cuerpos
estelares que siempre están construyéndose en multiformes materias y luces que empujan
el universo hacia horizontes infinitos. Y también como lo hacen la flora y la
fauna dentro y sobre la Tierra cumpliendo esas misma física mecánica de construcción
cósmica, como esa manzana cuya redondez apenas logra contener la luz o ese reír
que no puede contenerse porque la alegría atropella y lo empuja brotar o como
esa abeja en zumbido sonata en su eterno hacer de panales de miel al alcance de
todos. Y el hombre también una vez empezó, molinos de aguas tras molinos de
aguas, y como reía con sus primeros triunfos, pero luego ante cambios de
vientos fue deteniéndose, fue acomodándose, hasta llegar a lo que es hoy.
Y
con ese vivir en ciclo que se construye y reconstruye a través de una verdadera
cadena de amor habrá de llegar al fin alcanzar la estación de la felicidad. Y a
esta altura, se pregunta ¿qué es la felicidad que hasta ahora sólo es
percepción etérea? Podría ser un cuarzo sepia perfecto habitado solo por la
vida, que hace floreciente reinado en indetenible crescendo vivace, pero haciendo estación en largos
adagios de violines con flautines sobre continuos de clavecines, para luego relanzarse
a allegros de mayor impulso, como aquella ramita verde que inadvertida cristaliza,
bajo una noche de luna, en una “flor de
baile”, simbiosis de la muerte y la vida para reconstruir la misma vida en
siguientes floreceres nunca indetenible. Y solo tomar ese cuarzo, y hacerlo
propio, él mismo serlo.
O
como ese lento rítmico andar de la oruga que en su interior su biología lo va
tejiendo hasta hacerlo mariposa y luego volar libre bajo una sonatina alada de
brisa. Y también lo hace esa manzana y lo hace esa abeja, esa libélula, ese cocuyo
con su eterna lamparita. ¿y cuándo el hombre? Y también aquella estrella aún oculta
en su perpetuo hacer de sistemas planetarios con la ilusión de asentar alguna
futura vida que a su ribera decida
llegar.
Pero
arrecia la brisa tardecina con sabor de salitre venido de lejanos océanos, y avanzando
el atardecer se va tiñendo aún más de lila que pincelea a gruesas nubes, y es entonces, cuando se ve bañado del tibio rocío, y como
despertando el hombre cae en cuenta que en este tiempo solo ha llegado a vivir de
los puros anhelos, racimos de esperanzas, y como un gran logro ha llegado conquistar
a la estación del grito, al llanto, a los ríos de lágrimas cuales han empujado
a este reflexionar tardecino. Pero eso sí, ya sabe que esa estación es una
victoria alcanzada en tantos hitos navegados, y de tanto hacerlo, ya ha
aprendido mucho en como recoger la lágrima para llenar tinajas de tierra donde
se convierte en aceite para encenderse en lamparitas de luz cual le alumbra sus
largas noches de indetenible tejer, que es ese mismo reflexionar tardecino en
atardecer frente al rio. Y sabe que esta victoria -grito y llanto-, ya es una arma
con la que se puede combatir para construir.
Y
es tal la intensidad que se hace certidumbre de esperanza madura en ciclo de
estallido, como lo hace la granada en lo alto del granado que se desgrana en
jugosos granos, bajo sonata alegre de tintes melancólicos que semeja aquella
que nos trae el viento desde allá, muy remota, y que se hace imagen la misma primitiva
y luminosa cueva cuando sentado frente a
su fogata ya empezaba ser tejedor de sueños, como si desde ya presintiera la
misma reflexión tardecina. Y desde ese tiempo que largo tránsito hasta llegar a
éste tiempo donde toca librar inimaginables batallas, pero que como la oruga en
mariposa también habrá de emerger en luz y ganar diversidad hasta la
inteligencia, -atributo ya maduro como aquella granada del granado-, que ha de
convertirlo en el hombre que si podrá construir su vivir en tiempo futuro como
la síntesis de todo lo mejor de los pasados y los presentes vividos. Y llegan
noticias que en algunas partes de este mismo mundo ya ha comenzado.