De átomos de estrellas
del Universo nace la vida. Y es el gran asombro. Y nosotros bella particularidad
de ésta vida somos el asombro de éste asombro. Pero también es gran asombro como
el mismo universo que esta vida aún esté en un estado casi “animal”, aún está por
develarse en verdadera vida para que el hombre pueda tener un vivir verdadero. Y
es la gran tarea pendiente que tiene el hombre. Y ellas, cinco madres, ahora
viviendo en el cosmos como materia transubstanciada a energía, a espíritu, también son asombro de ésta vida. Y este
espíritu de estas madres vive encendido
en forma de estrellas como un registro musical de cinco historias que en la
Tierra empezó la vida y por circunstancias de la misma historia quedó
inconclusa, pero dejando en surcos sus brotes que deberán prolongarla en una
existencia fructífera. Y desde el cosmos esta energía, este espíritu,
continuando con su siembra convoca a concluir
esta gran tarea en medio de un alborozo de alegría que no es otra que vivir en
forma verdadera. Y para eso venimos para eso nacemos: vivir la vida y
conquistar la felicidad cúspide de ésta vida
5
madres 5 estrellas 5 porvenires para una sola vida
Y pensando en la vida del hombre
en esta madrugada bajo la última
luna nueva de este año
contemplo el nacer del alba y
siento una tenue llovizna de
cánticos corales entretejida en una
tonalidad de órgano pianísimo
casi susurro que corre en la brisa
que me cala hasta
los huesos y
siento que me insta volver al cosmos
y entre sus estrellas buscar la mía
aquella que porta el código que
debo descifrar para hallar la senda
hacia un tiempo y espacio donde
florece la vida verdadera para
llegar a vivir en felicidad real
Y esta es la tarea cósmica de cada hombre
un anhelo tan milenario como el mismo cosmos
¿Pero en su cielo cuándo encontrará a esta estrella?
¿cuándo hacer
el tránsito de éste actual hombre a
un humano hombre
que funde ese verdadero vivir?
Y este cielo del mes de diciembre
otro más de los tantísimos con su luna
que estuvo hojeándose a luna llena y
deshojándose hacia luna nueva
ciclo que dibuja un gran lienzo para
que nuestros ojos
contemplen
la verdadera síntesis de la vida
escenificada bajo titilar de estrellas
Pero en aquellos
cerros y más allá otros
o en los valles entre montañas o los que
duermen a las riberas de los mares o ríos
bajo el navegar de la misma luna se
escenifica la vida del hombre en pueblos
de tonalidades de luces distintas que
deletrean los contrastes de su pobreza
que pese a la algarabía festiva entre
los abrazos ¡feliz navidad! que se dan
destila el goteo de una tristeza como
óxido que ha venido acumulando y
sobre ellos estallan fuegos artificiales
que se esfuerzan en convencer que hay alegría
pero solo llegan narrar la comedia de la vida
que es el contraste terrible con ese lienzo
que la luna incesante en su ciclo pinta
y extrañada ve el espectáculo luminoso
un encendido efímero como las esperanzas
del hombre que a pesar de su insistente amor
en sus manos se les van apagando aunque
su corazón seguirá encendiéndolas
con el sueño de hacerlas realidad
Y en esas madrugadas que aún están
muy lejos de ser un amanecer sopla
una brisa en ondas desiguales
porque imperceptible tropieza
con palpitaciones de corazones
que vienen de niños y de madres
que cultivan el oficio de la espera que
casi siempre resquebraja sus fantasías
por tantas ofertas de la misma historia
de una navidad que llega solo para seguir
de largo dejando
inviernos en sus corazones
aunque ellos y ellas no dejan oír a las
estaciones que anuncian los chasquidos
partos de enramadas de flores de mayos
y como nuevos titileos de estrellas
vuelve el renacer de sus sonrisas
Y cuando se amanece sentimos la
necesidad de esfuerzos por encender
allegrettos de trompetas pero solo nacen
adagios melancólicos aunque dulcísimos
que brotan de las cuerdas de violines
que las lágrimas golpean con rabia
Y se siente oleajes de rebeldía
frente a este tiempo que inventa
fiestas naufragas que abren tiendas
de comercio donde se trafican anhelos
inocencias lágrimas promesas que
dejan vacías a las esperanzas
¿hasta cuándo este engaño
que lleva siglos celebrándose?
¿cuándo en verdad enriquecer
el espíritu con la verdad?
y quisiera hacer erupción
que provoque incendios en
el mundo interior del hombre
para que levante su amor que
extinga este tiempo que niega la vida
y haga florecer otro que afirme la vida
Y hacia ese porvenir manos tendidas
leen en voz alta sus surcos y encienden
una remembranza a las cinco madres
que ahora habitan en ese cosmos
y ellas mismas son teas encendidas
como pléyades en la constelación Tauro y
hacia donde debemos mirar para descifrar
sus códigos lecciones que guían la vida
Y allí
está Carmen Susana, madre como primavera que se anuncia en silencio, caminante
de distancias largas para hacer sus diligencias, manos habituadas al manejo del
fuego en fogón de leña, de paso ágil que la trae de las andanzas que realiza para
la mantención de la familia. Y siempre se le ve adornada de una risa amplia que
regala. Y desde el amanecer se entrega al trajín de la cocina, y de allí cada
mañana perfuma a toda la casa con el olor de café recién colado. Y durante el
día entrega su labor: la molienda del maíz para sus blancas arepas que van a la
venta y el hacer diario del yantar de su casa: sus guisos, pescados fritos, hallacas,
su dulcería y aquellos hervidos y sancochos que dan alegrías a sus hijos,
nietos y a todo aquél que llegue a su mesa, siempre endulzada con su mágico
dulce de lechosa y arroz con coco. Su casa la mantiene encendida con su amor. Y
al asomar la noche comienza a susurrar sus oraciones en un rincón de la casa donde
levanta altar de velas blancas y de sus imaginarios “santos” que los resucita con
pasión de la profundidad encendida de su ser, como un viento dentro de un
aljibe. Imágenes “santas”, espíritus “santos” que no son de ningún dios, de
ninguna iglesia, sino sólo de ella, de la hondura de su ser, parte de su
esencia de hija y de madre, de su amor. Y ante ellos riega anhelos por el cuido
de la familia y pide descanso eterno de sus padres y de sus dos hijos.
Y a este
diario ritual, sigue la paciente labor de sus tejidos y bordados donde ella
misma se va grabando, alternado con el fumar de su pipa, que enciende el tabaco
en rama que emana aquél grato aroma que perfuma a toda la casa, al tiempo que en sagrado silencio hila sus meditaciones que exterioriza
cuando suspira entre bajísimos susurros de frases, solo entendibles por ella. Y
a los sábados o domingos la vemos con el ramo de flores azucenas en su brazo
que perfuma todo el entorno de su persona, y con el que irá a rendir devoción
al eterno sueño de sus padres e hijos. Y una gran virtud de Carmen Susana,
aquella de asumir la crianza de algunos hijos de sus hermanas. Y otra, el de
nunca expresar alguna queja por muy duro que fuera su trabajo. Carmen Susana es
una madre de amor intenso que lo reparte sin pensar a quién. Y ella en varios
oficios ejerce una dura labor desde el alba hasta bien tarde de la noche por la
familia, por sus hijos. Y así llega a una edad novenaria.
Y ver a
Carmen Ramona, madre calidez de verano con el otoño en sus manos, de enérgico
andar, también entregada a un duro trabajo diario repartido en varios oficios
para ganar el sustento de la familia, por el amor de sus hijos. Y su abnegación
en la labor doméstica casi siempre con una alegre cancioncilla prendida en su
boca que a si misma revive gratos tiempos como frescos sobre lienzo, que bajo
su carácter augusto y dulce reparte en silencio por toda la casa. Y un rasgo de
su carácter: es enérgica pero justa en el mando hogareño. Y en la mañana o en la
tarde de cada día su presencia en el huerto del patio, donde alegres están plantados,
junto a la mata de azahar que perfuma y alegra el corazón, sus amados arbustos:
el granado de aquellas granadas que parecen reír en sus granos jugosos y
sonrosados como su propia risa franca que regala a los allegados, y aquel
inolvidable guayabo con sus guayabas dulcísimas de pulpa roja corazón que no
solo gotean al suelo sino también extiende sus cargas de frutos sobre la azotea
de la casa, que al mirarlos pareciera que sus frutos verdes y amarillos entran
en diálogos, azuzándonos aquellos suspiros-pensamientos que soltamos pensando
en una lucha por la libertad. Dos arbustos de bondad y amor en sus frutos como
lo es ella misma que se reparte entre hijos y amistades.
Y esos
arbustos que son frutería a sus manos en lazo con los de su hija Cecilia para el
arte de confitar almíbares que como magia hace brotar aquellas mermeladas de
guayaba, y junto al dulce de lechosa y concha de toronja prenden alegría en
toda la casa y atraen al vecino amigo. Y también con su otra hija Victoria una suma
de manos para crear una diversa artesanía que junto al cocer de almíbares
genera un ambiente de trabajo creador. Y
entre ese quehacer, aquellas caraotas
negras acompañando al asado que enciende el apetito y la gratitud de aquella
casa siempre de puertas abiertas. Y ya en las tardes bajo el soplo de la brisa
del barrio Libertad llega el momento de departir en el amable porche la sabrosa
conversa de pasajes de su vida que salpica de brevísimas “rabietas” seguida de la
despeñada risa amorosa que contagia. Y con ella desgaja las breves crónicas de
su vivir que es enseñanza de lo que es ser mujer que se hace madre como oficio
sagrado. Y en sus manos como testigo el rosario de cuentas infinitamente repasadas,
que es retablo de sus ruegos y meditaciones sobre el regazo de su vestido de
flores, y constituyen la esencia de su propia religión cuyo templo es su
corazón. Y entre conversa y conversa suelta aquellos saludos picantes y cariñosos
al conocido que pasa o a quien detiene su paso para dejar algún breve suceso
del día.
Y algo
inolvidable es aquel pañuelo apuñado en sus manos para el involuntario gesto de
secar el sudor de su frente, o en verdad, para enjugar alguna lágrima que aguarda
su turno o el recinto de quien sabe cuántas esperanzas. Carmen Ramona es una
madre de inmenso amor solidario, como un regazo para quien quisiera llegar, que
despliega en la crianza de sus hijos y en la amistad entregada. Y también en su
duro trabajo, en el cual nunca se le vio soltar queja alguna por muy duro que
fuera.
Y contemplar
a Luna, madre ternura de invierno con brotes de primavera, hermosamente
acicalada bajo su tenue dulcísima sonrisa y chispas de luces en sus ojos de
manantial atajando quien sabe cuántas lágrimas guardadas. Y sueltas aquellas pinceladas
castañas de tristezas que titilan sobre sus pupilas como si se destilaran de
adagios en acordes de bandoneón que hablan de una vida tallada con cinceles de
madrigales. Y es rigurosa en celebrar la mesa que convoca a todos para mantener
animada con su amor la unidad familiar, y como una paloma que acurruca cariños hay
que verla como en silencio despliega el amor cuando tiene al lado a su hija o a
su hijo, o a ambos, entonces su risa corta se abre en pequeñas cataratas mostrando
como una niña grande que ella por dentro almacena pocitos de alegrías.
Y a la
noche presidiendo aquél juego de cartas que entre breves risas y sueltos
silencios llaman a extinguir distancias, a unirnos de corazón. Y sus manos
delicadas repartiendo las cartas o recibiéndolas trenzan en la atmósfera de la
casa un imperceptible lazo floral que invita extender la vida. Y aquellos
momentos cuando asoma el rasgo que la identifica en aquel mirar calmo, largo, de
breves silencios como preguntando, y por instantes, de párpados dormidos sobre
laguitos en sus pupilas, que al mismo tiempo que mira, medita hondo como quién va
agarrándose dulcemente de las cosas y personas queridas que ve para asimilarlas
a su alma, mientras suavemente sus manos izaban con cariño aquél abanico
español. Luna es madre de un abundante amor callado que como tesoro sabe cuándo
repartir, como una luna llena o nueva dando sus pleamares y bajamares en la
marea de la vida.
Percibir
a Andrea, madre primavera suelta, menuda y muy alegre, fértil su
vientre que dio una larga descendencia que crece bajo su amor al compás del
canto de sus canciones. Y tenía el gusto por el tango y las milongas que su
bella voz cantaba o tarareaba como expresión de una vida mejor que anhela y guarda
en su corazón y configura sus esperanzas, mientras anda metida en el trajín de la
cocina o andando por toda la casa sazonándola de un aire alegre con algunos ligeros
tonos de melancolías, pero desechando siempre cualquier pretensión que aniden
las tristezas. Y es muy echadora de cuentos para hacer reír a todo aquél que le
escucha, y siempre se le ve azuzando el deseo de los buenos tiempos como
semillas en la floresta de su numerosa prole. Andrea es madre de un amor
repartido entre los suyos, y cosechadora de la amistad como una estrella que
reparte luces, y su bondad es ofrenda solidaria para quien llegara.
Contemplar a Ana la abuela, madre la plenitud del otoño que reflorece en inviernos fértiles, excelsa de lento caminar, sus años largos como sombra fresca bajo aquellos árboles viejos como ella misma firmemente plantados en su tierra natal campesina, y como su mismo nombre del que decían quienes la conocían que lo llevaba solo porque era fuente de dulzura, bondad y amor. Y ella mucho se esmeró en ser prueba fehaciente de estas virtudes, y que durante su vida llamó a practicarlos, vivirlos, aromados de su siempre alegre humor del que emana oportuno el chispear de sus chistes que saborea cada hija, nieto o allegado. Y en su rostro nunca se le llegó ver un rictus de rabia, disgusto, amargura, pero si el de casi siempre la ofrenda de un beso como premio o de aquel amago gesto de regaño bajo el simulado fruncido de su seño, inmediatamente seguido de su franca dulce risa que libre suelta, frente a cualquier ser querido, y en particular con los niños, para quienes ella no tiene reparos en celebrarles alguna “malcriadez” de alguno que esté en su cercanía, en particular, de los suyos.
Y es de
remembrar aquella manera suave, dulce, sutil de reír, de gastar bromas, de
abrazar cálidamente, que es huella imborrable de la dulzura de su carácter. Y
de su boca, acostumbrada a expresar amor, emana aquella voz que dulcifica como
agua de piedra de filtro que gotea en toda el alma de la familia. Ana es madre
que amamanta amor, dulzura y bondad como el árbol viejo que siempre reparte fruta
madura.
Y en el rincón de sus almas
aquellas velas encendidas
que son convocatoria a vivir
ese pañuelo apuñado
en sus manos que guarda
la vida para repartirla
esas risas y sonrisas
que cantan la alegría de vivir
el tango y la milonga que gotean
para sazonar un vivir en alegría
aquél juego de cartas
que cierra un abanico español
para descifrar la vida verdadera
que en unión debemos vivir
aquella huella imborrable de
la dulzura de su carácter como una
lección permanente que enciende la vida
Y en todas ellas
aquél dulce abnegado
inmenso amor donde están las
lecciones códigos que guían en la vida
y son el zumo esencia de esta
remembranza de estas madres
ahora una sola perenne en el tiempo
una ofrenda como una cartografía de vida
Ellas cinco rostros que son esculturas con
sus risas y sonrisas que tienen la magia
de bordar y tejer las alegrías con
las melancolías y tristezas cual signos
para contar la historia de sus vidas que
es la ofrenda imperdurable para los hijos
Cinco esculturas que manan el espíritus
que ahora me constituyen la natividad
que hoy me alegra y en mis sentidos
ataja este ruido metálico de juguetería
que pinta el rictus de este tiempo
como su ruidosa carcajada
y también levanta airosa la lucha que
toma como fogata esta remembranza
con la que celebro a todas las madres
y alegría por ellas
reír por ellas
existir por ellas
vivir por ellas
mis madres viviendo
en el cosmos resucita
mi conexión con el Universo
P.D.
Y ¿por qué una
remembranza en conjugación presente? Porque las cinco madres son un pasado-presente
que viven en nosotros, y nosotros en ellas. Pero ¿qué, por qué, para qué una
remembranza? ¿ y habrá necesidad, será necesario explicarla?
Sólo anotamos que “vivimos”
un tiempo donde el hombre mismo con su acción niega la vida: terrible
contradicción de la vida en este tiempo actual. Y que creemos algún día tendrá
que resolverse para que florezca una vida verdadera para un vivir verdadero.
Pero creemos que una explicación
no está en los oficios que hacen, ni en su condición de madre, ni aún en la
procreación y crianza de sus hijos. Esto es quehacer de toda mujer que se hace
madre. ¿Entonces? Por los momentos sólo la dejamos sugerida en el texto que
publicamos. Pero si creemos que ésta remembranza es una necesidad histórica
para este tiempo que “vive” el hombre ¿Histórica? Si, histórica, aunque sé que
para muchos podrá sonarle ampulosa, inadecuada esta conceptualización.
Histórica, en general, y en particular, personal, para cada persona, del hombre
concreto, porque en última instancia es éste quien crea historia, pero una
historia real que todavía está por crearse que registre y narre la vida
verdadera del hombre.